Bossa Nova.

Nació en Ipanema, una mañana de un día como hoy de 1956. Bossa Nova no fue alumbrada, fue la Luz misma que irrumpió violenta en la oscura estancia del Baronneti’s Club, al abrir puertas y ventanas para ventilar sus paredes aterciopeladas de su impregnación a éxtasis erótico, tabaco y náusea etílica. 

Había sido una noche aciaga y negra. La luna, ausente, no había acudido a mecerse desnuda desdibujándose en las aguas poco profundas de Ipanema, ni en las de Copacabana. Después de varias horas de Samba y Cachaça, los habitantes de la oscuridad, se habían guarecido taciturnos, ocultándose en los reservados purpúreos y neblinosos del club; sólo la agitación y el sudoroso brillo de sus cuerpos semidesnudos, delataba su presencia.

Bossa Nova vino con el Sol y no lo hizo de cara, sino a traición, por las puertas traseras del Club, pues en Río amanece tarde y desde las montañas. Los últimos clientes dormían sobre los senos hinchados de jovencitas cariocas, que aprovechaban para desayunar un café con leche y bromear entre ellas con signos que no despertasen a las bestias. La orquesta, en la más absoluta oscuridad, seguía tocando de modo automático e hipnótico compases erráticos de Jazz. Al recibir la luz del Sol, los músicos, en lugar de finalizar la velada ocultándose en sus aposentos góticos, fueron animando el ritmo al tiempo que las pupilas de los camareros se abrían después de levantar sus cabezas del frío mármol de la barra del bar. 

Arrastrados por una fuerza sobrenatural, todos los presentes despertaron de su letargo matinal y comenzaron a zarandear sus cabezas y cinturas con el son agradable de aquella melodía “nueva”. Al final todos bailaban suavemente sobre la pista de cobre iluminada por un fogonazo de luz solar. Eran las doce del mediodía austral, había nacido Bossa Nova.

Amigos míos, la alegría no es eterna, la tristeza sí, y vive permanentemente dentro de nosotros, pero no os escandalicéis, la tristeza no es lo contrario a la alegría, es otro estado de ánimo. Lo contrario a la alegría es la desgracia. La tristeza es agridulce y cuando nos falta la alegría, si no somos desgraciados, podemos disfrutar de nuestra tristeza.

Para quienes os encontréis a menos de una hora del mar y no estéis alegres, todavía hay tiempo para cargar esta música en vuestro ipod y correr a pasear vuestros pies desnudos sobre la arena, dejando que el mar los acaricie, saborear vuestra tristeza hasta que la luz de un día nuevo os llene de alegría.


PD: En compañía es más seguro, no os vaya a dar un ataque de melancolía y acabéis imitando a Alfonsina en el Mar.

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