Memorias de Quinin, I

Cuando era niño, teníamos una estufa en el centro de la clase y la preparábamos por turnos cada día. Una vez, no recuerdo como, a un paisano se le ocurrió (él ya sabría algo) traer trozos de pezuña de la herrería y los metió entre el carbón. El olor fue tan nauseabundo que hubo que desalojar. Compartí el castigo por colaborar en lo que pensaba era un experimento temprano de bio-combustible.

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